Me gustaría compartir con ustedes una sensación similar a la que sufren algunos alpinistas cuando se elevan en algunas montañas por encima de la altura habitual a la que están acostumbrados.
El alpinista profesional, siempre escala por instinto, al igual que un buen profesional lo hace por el mismo motivo.
A ambos les empuja una fuerza extraña que no son capaces de identificar, muy parecida a la de la gravedad, algo poderoso que les empuja a seguir más y más arriba.
Y mientras estás trabajando o escalando, con ganas y esfuerzo, no te das cuenta de que cada vez llegas más arriba con más facilidad.
Lo haces concentrado en cada paso que das, cada metro que asciendes, de tal forma que cuando llegas a un saliente y puedes descansar, o bien llegas a una situación en la que te reconocen tus méritos, no has sido consciente de que estás muy arriba por que la distancia inversa del escalador hacia el suelo o punto de partida es tan alta que se produce un mareo involuntario que te paraliza, hasta ahora no lo habías notado pues en tu ascenso siempre mirabas hacia arriba, nunca hacia abajo.
Al buen profesional le sucede lo mismo que al escalador, está tan absorto haciendo bien su trabajo, que no ha reparado en su progreso diario, su esfuerzo y su dedicación, que le ha proporcionado una gran experiencia.
Esa experiencia y trabajo diario que nuestro profesional no valora por estar absorto en el ascenso, sí que lo hacen otras personas que ven desde otro prisma todos los detalle de tu escalada profesional y deciden por ti hasta donde debes de subir la montaña de tus responsabilidades laborales.
EL MAL DE ALTURAS
Pero debemos reflexionar sobre “EL MAL DE LAS ALTURAS”. Cada metro o paso que damos hacia arriba, lo hacemos en perjuicio del oxígeno que respiramos, cuanto más arriba subimos, menos oxígeno respiramos. Esto produce mareos y falta de concentración.
En el tema laboral, el oxigeno comienza a desaparecer por la multitud de responsabilidades nuevas que recaen sobre ti, ya no respirarás como antes, en tu anterior ocupación en la que ya estabas acostumbrado a una atmósfera determinada.
Respirarás peor, hasta que te acostumbres, mirarás abajo y tendrás vértigo, y se añadirá a tu ascenso el peso del camino recorrido y el que queda por recorrer, pues ahora es ya más difícil seguir subiendo.
También es más peligroso y más sacrificado con más requerimientos de tiempo, dedicación y concentración.
Pero cuando llegues a la cima de la montaña sin haber sufrido ningún percance, descubrirás el hermoso paisaje que te ofrece esa posición privilegiada de la cumbre desde donde se ve todo el paisaje desde el valle hasta tu posición.
Estoy convencido que esta panorámica merece la pena, a pesar del terrible esfuerzo que supone subir, pues nunca olvidarás ese maravilloso golpe de vista que te ofrece la cumbre.
Si deseas profundizar en esta reflexión o te parece interesante el tema tratado, por favor remíteme tu comentario en esta entrada y ampliaremos o modificaremos.
Gracias por tus comentarios son de mucha utilidad…