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“OH QUE BUEN VASALLO SI HUBIERA BUEN SEÑOR”

Hoy vamos a recrear aquella maravillosa frase que se oyó clamar en la toma de juramento de nuestro querido Cid campeador a su Rey Alfonso VI, en la que le pidió jurar que no tomó parte en la muerte de su hermano Sancho.

La Jura de Santa Gadea es una leyenda medieval transmitida por el Romance de la Jura de Santa Gadea, en la que se narra el juramento que supuestamente hubo de prestar el rey Alfonso VI de León en la iglesia de Santa Gadea de Burgos, a finales del año 1072, a fin de demostrar que no había tomado parte en el asesinato de su propio hermano, el rey Sancho II de Castilla, quien había sido asesinado durante el Cerco de Zamora, que se hallaba en manos de su hermana, la infanta Urraca.

Romance:

En santa Águeda de Burgos, do juran los hijosdalgo, le toman jura a Alfonso por la muerte de su hermano; tomábasela el buen Cid, ese buen Cid castellano, sobre un cerrojo de hierro
y una ballesta de palo, con unos evangelios y un crucifijo en la mano.

Las palabras son tan fuertes que al buen rey ponen espanto. —Villanos te maten, Alfonso,
villanos, que no hidalgos, de las Asturias de Oviedo, que no sean castellanos; mátente con aguijadas, no con lanzas ni con dardos; con cuchillos cachicuernos, no con puñales dorados;
abarcas traigan calzadas, que no zapatos con lazo; capas traigan aguaderas, no de contra y ni frisado; con camisones de estopa, no de holanda ni labrados; caballeros vengan en burras,
que no en mulas ni en caballos; frenos traigan de cordel, que no cueros fogueados.
Mátente por las aradas, que no en villas ni en poblado, sáquente el corazón por el siniestro costado, si no dijeres la verdad de lo que te fuere preguntando, si fuiste, o consentiste
en la muerte de tu hermano.


Las juras eran tan fuertes que el rey no las ha otorgado. Allí habló un caballero que del rey es más privado:  —Haced la jura, buen rey, no tengáis de eso cuidado, que nunca fue rey traidor,
ni papa descomulgado.

Jurado había el rey que en tal nunca se ha hallado; pero allí hablara el rey malamente y enojado:  —Muy mal me conjuras, Cid, Cid, muy mal me has conjurado, mas hoy me tomas la jura, mañana me besarás la mano.

—Por besar mano de rey no me tengo por honrado, porque la besó mi padre me tengo por afrentado.

—Vete de mis tierras, Cid, mal caballero probado, y no vengas más a ellas dende este día en un año.  —Pláceme, dijo el buen Cid, pláceme, dijo, de grado, por ser la primera cosa que mandas en tu reinado.

Tú me destierras por uno, yo me destierro por cuatro. Ya se parte el buen Cid, sin al rey besar la mano, con trescientos caballeros, todos eran hijosdalgo; todos son hombres mancebos,
ninguno no había cano; todos llevan lanza en puño y el hierro acicalado, y llevan sendas adargas con borlas de colorado.  Mas no le faltó al buen Cid  adonde asentar su campo.

Cada vez que repaso este cantar medieval de Mio cid, no puedo evitar hacer un paralelismo actual de los valiosos y sacrificados soldados actuales. Los empleados leales y trabajadores que lo dan todo por su empresa y se ven vulnerados y mancillados por aquellos que aún teniendo menos adornos y sacrificios pueden hacer daño y conseguir la humillación y el desdén de los fieles empleados.

De nuevo volvemos a la desgraciada lacra social de las envidias y malos sentimientos hacia los que destacan por su brillantez frente a la tenue frialdad de la  inmundicia y la falta de profesionalidad que siempre confronta con los mejores.

Los peores odian a los mejores por sus logros, los mejores nunca atacan ni reparan en los peores por ello, es aun mas doloroso para estos últimos recibir silencio unido a desprecio.

No hay mayor desprecio que no hacer aprecio, decía mi abuelita María, y que razón tenía.

Pues bien, los Cid campeadores actuales no poseen  retrovisor, siempre luchan y miran hacia delante y no protegen su costado de mequetrefes y grises que les siguen por detrás, por lo que a menudo y de forma recurrente reciben puñaladas traperas tráseras en sus costados, que no habían visto venir, pues el ataque viene de los de tu mismo bando mientras tu estás concentrado en el enemigo a batir con tu espada.

Esta sensación de traición que ni siquiera esperas nunca y que te viene de improviso en cualquier momento sin buscarla ya me ha ocurrido varias veces en mi vida profesional y creedme es muy desagradable.

Como siempre os escribo sobre este efecto para que podáis aprender de esta inmundicia y proteger vuestros flancos pues ya he sufrido en los míos varias veces y debo y quiero que reflexionéis sobre ello.

Si os sirve para prevenir ataques de los que os pasan la mano por el “lomo” habitualmente, estaré orgulloso y satisfecho de haberos recordado esta sensación de derrota que se siente cuando te traicionan desde tu propio campamento.

Por tanto aunque os destierren, y con orgullo, multipliquéis vuestro castigo por cuatro, como el Cid Campeador, y volváis a resurgir de vuestras cenizas, recordad que desgasta mas un ataque amigo que cualquier batalla encarnizada que entabléis con un enemigo a batir.

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